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Un último vestigio de la Utopía.

 

Aquí estamos los que no renunciamos. Aquí llegamos los que vivimos una existencia  alejada de la homogenización de los sueños. Podemos y queremos beber de cada río, salpicar nuestra ropa con cada barro del país, burlarnos e imitar cada acento de la población local. Viajamos por las vías de sangre y olvido del pueblo, gastamos largas horas de nuestras vidas en transportes aéreos o terrestres para permitirles a nuestras pupilas el acceder a paisajes cada vez más bizarros. Esto no es turismo adolescente. Las páginas de los libros que llevamos en nuestras mochilas son fiel representación de lo que buscamos y queremos. Lo que vivimos no es  la jactancia del que pretende mostrarse perspicaz.

 

Viajamos por la América, recorriendo sus pesares y contrastes. Ante lo natural, perplejos. Ante lo humano, reticentes. Renunciamos a la urbanización del alma humana, a su mezcla adictiva de familia, trabajo, amores rutinarios, vicios y drogas sin alteración trascendente.  No nos humillamos a vivir esa vida del llamado éxito económico y social, el arrastrarse por transportes fétidos para llegar a cumplir horarios preestablecidos que, con dosis certeras de pasividad y sumisión, diluyen la utopía. No. No renunciamos a la utopía. 50 años después del último vuelo del gran pájaro libre, nos atrevemos a seguir su rastro. Aún seguimos insatisfechos.

 

Juan Merchán 

Abril 2015

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