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En la víspera del dolor

Si para todo hay término y hay tasa

y última vez y nunca más y olvido

¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,

sin saberlo, nos hemos despedido?

Límite – Borges

 

Espero sentado en las escalas. Hay frío y angustia.

 

 

No la logró identificar en este preciso instante. Quizás me ha acompañado desde ya hace algunos días.

 

"Ya nació ¿quiere ver las fotos?" habla una acompañante a través de su teléfono. Sonríe como por compromiso, me mira y parece que supiera que escribiré algo sobre su conversación, pues habla de más y con palabras preparadas. Es una anónima.

 

Somos todos anónimos en esta sala de espera. Y es entonces anónimo el trasegar que me ha llevado a sentarme donde estoy, y estar esperando lo que espero. Ésta, y quizá otras, son historias que al parecer deben permanecer anónimas, por convencimiento, por rabia y por estar prontos a las fiestas familiares. A nadie le interesa el frío del otro. 

 

Es esta la  forma de darle término a un año plagado de imprevistos, dónde la sorpresa fue hija del orgullo y la pretensión. La confianza ha roto definitivamente los lazos con la cordura, ya todos estamos arrojados a las acciones temerarias de las circunstancias.

 

Hace dos horas buscaba con premura la llave de mi motocicleta. El bloqueo que yo le había activado parecía ahora el bloqueo con el que ella ralentizó la acción, la concreción de que todo saliera como se deseaba, y que mi amada no pasase frío. Dos acelerados recorridos por la clínica con los ojos fijos en el piso, sacudidas constantes de bolsillos y mangas, linterna en mano apuntando a los charcos que se estallaron al caer la fuerte lluvia. Pienso entonces  que los imprevistos son camaradas que se juntan para joderte la vida, uno tras otro mientras más necesitas la calma. 

 

Nada funcionó, y solo supo la fuerza bruta quebrar un seguro que se hizo para evitar hurtos. Mientras yo rompía la llave, a mi amada le rompían el alma y con rutinaria disección expulsaban lo que restaba del fruto del rio, de la luna llena.

 

"Toca que bajes por la escalera. El ascensor no sirve". La pareja tan siquiera se incomoda y, dando pasos pequeños, el hombre sostiene por la espalda a la mujer preñada  y los dos se alejan lentamente en un recorrido que pareciera nunca acabar al bajar las escalas. Pienso en política, pienso en el país, y concluyo que quizá esto es nimiedad en medio del desastre hospitalario de la nación.

 

A lo lejos escuché gritos. 

 

Ella tensiona sus músculos, siente angustiosamente venir el dolor y gira su cara como quien bosteza e intenta ocultarlo, pero ella solo cubre su asco, su rabia y cierra los ojos para acelerar el tiempo. Quizá fue el momento en que perdí la llave, cuando ella perdía su calma y se arrojaba a ese asco y a ese dolor. 

 

Ahora solo resta que yo no pierda las palabras para animarla a ella. Se abre la puerta. La veo sentada, con un vestido blanco, pureza que a pesar de todo lo sucedido nunca perderá.

 

¿Te dejo un libro? y ante la ausencia de respuesta busque otras respuestas, siguiendo tercamente mi costumbre de saberlo todo. Ella prefirió la mirada, pues en ella la mirada reemplaza palabras, crea mundos y ejerce influencia en el receptor. 

 

Al salir la lluvia moderada y los agites propios de la fecha no eran suficientes para obviar la falta de la luces en la motocicleta. Gritos, señales y muchos pitos fueron efectivos y logré perder la calma que me había dado romper el seguro. Temía a la policía en la esquina, a que el bus que cruzase no me viera, a perder de vista al que caminase, a accidentarme y aumentar un drama ya rebosante. Pensaba en las circunstancias que se sucedían como interminables actos uno tras otro, arrojándose entonces a esa calle, sin luces y con lluvia.

 

Ahora en casa hago recuento del camino recorrido, de las acciones e inacciones, en el exceso de amor, en el respeto, en mi inmadurez, en el dolor que debe estar sintiendo, en su frío, en su miedo al pensar que nunca abandonará este lugar, pienso y sigo mirando de lado a lado. 

 

Hubo silencio, o tal vez no, lo cierto es que había otra pareja esperando al ingreso de la mujer. Sus dolores eran evidentes en sus gritos, y su posible parto se veía venir pronto, era claro que ella recibiría atención antes. Ella quizá pensó en eso y su estrés aumentó al ver que la hora de salida sería postergada. Aunque no la conozca, no es difícil entender  que comparte el desagrado de la mayoría de mortales al versen vestidos de bata, en silla de ruedas.

 

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 Un anónimo más, un dolor más que en navidad a nadie importa.

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Juan Merchan

Diciembre 2016 - Noviembre 2017

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