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Estética de la Liberación

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Llegué tarde a la galería debido a una tormenta que empapó mi morral, manchó mi blusa y aplacó mis ganas. Con más de 30 minutos de retraso, solté el desespero y le di paso a mi yo estoico para que se volviera hegemónico en mi cabeza. No hubo más estrés. Si quería verme, aún debía estar por ahí.

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- Pensé que te había pasado algo. Hasta te envié un mensaje de texto.

- ¿Has visto cómo se ve de bien Medellín bajo la lluvia?

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Aguardando mientras su furia mermaba, fuimos recorriendo el primer piso de la casona vieja, una de las muchas en esta parte de la ciudad que las restauraciones esnobistas han convertido en centros de atracción comercial más que cultural. Tras minutos de insoportable silencio, hablé por hablar.

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- ¿Por qué me agregaste?

- Vi una publicación tuya en el grupo de crítica de Arte de la UdeA y me pareció interesante lo que decís ahí. Bueno, también me pareciste muy bella.

- ¿Interesante o bella? Hegel te azuzaría aquí, hombre. O me determino como bella o me determino como interesante.

- Pues ya te determinaste como impuntual. 

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Tomé control del silencio por unos instantes. Al arder mi resaca, me acerqué a la cafetería a pedir dos carajillos. El muchacho de la rimbombante barra los sirvió con ademanes propios de un barista de casino. Supongo que fue por esa parafernalia, y por los vasos de papel de arroz reciclable y con el logo Bio, que cada carajillo me costó diez mil pesos. Se los pedí al mala-barista bien cargados de ron para que valiera la pena el dinero que pude haber gastado en 8 cervezas. Al recibirlos y ver la decepcionante similitud con los que doña Flor sirve cerca al Estadio, confirmé el poder mercantil de la estética.

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- Déjame que te invite. Pues para excusarme con el señor por la gran falta de llegar tarde.

- Parce, desde hace algunos meses estoy dejando de beber. Ando probando cosas más orgánicas y controlando de dónde vienen los productos. ¿Vos eres vegana, no? Vi fotos tuyas en la playa donde decía Go Vegan. 

- ¡Todo bien! Yo me bebo los dos entonces. Mucha falta sí me hacen. El guayabo y el sueño me están martillando la cabeza.

- ¿Sí te acuerdas de la publicación? Fue una donde criticabas la retirada de las obras de Balthus de un museo gringo.

- Ah sí. Una auténtica ridiculez fue eso.

- Me gustó mucho eso que comentaste vos y hasta compartí la publicación parafraseando lo que habías dicho.

- Entonces, además de ser chico orgánico, ¿vos plagias las ideas que ves en las redes?

- No parce, sólo que me pareció

- ¿Subimos?

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Tuve que acabarme uno de los carajillos en dos sorbos profusos para deshacerme con alegría de los risueños vasitos bio y así poder caminar sin complicación. El segundo piso tenía la exposición principal, un recorrido con representaciones de cuadros con un pomposo nombre: Los Caminos de Gauguin, y por uno de esos caminos se metió el hombre para liderar su andanada paternalista. Debí haber pedido 4 carajillos bio.

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- Es que ese es el problema, ¿No? Fue tan genial lo que escribiste ahí. Si te das cuenta, lo de Balthus sólo es la punta del Iceberg. Van a quemar todo lo que les huela a patriarcado.

- No he visto dónde se ha invitado a la quema de obras de arte. Te imagino que sos de los que hace tuits sobre las feminazis, exagerándolo todo.

- Tampoco hasta eso. Pero, déjame explicarte. Lo que veo es

- Dale, me dejo explicar. Explícame en qué estoy siendo una ignorante bebedora de alcohol.

- Luisa pero cálmate parce. Nos acabamos de conocer.

- No quiero acabar de conocerte.

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El silencio consensuado de la sala cerró la conversación por un instante. Grupúsculos de barbudos y de chicas aduladoras transitaban de cuadro en cuadro simulando la pose y rastreando de reojo a los potenciales observadores. Mi cabello oscuro que aún dejaba caer algunas gotas de sudor y de agua se contorneaba de derecha e izquierda delante de cada cuadro, a medida que mi cabeza imitaba los semblantes analíticos del asistente promedio a una galería. Mi mano derecha y sus dedos acariciaban sabiamente mi quijada, y simulé entrar en torpor delante de cada cuadro. La voz del chico orgánico interrumpió mi performance esnob.

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- Es que ¿cómo podrás negar, con lo bella que sos vos, el nivel estético de estas mujeres sentadas en un prado en este cuadro de acá? ¿Sabías vos que Gauguin consideraba que la belleza de las mujeres era irrepresentable en el arte? 

- Sabía eso, sí. ¿Pero qué tiene que ver que me encuentres bella con mi comprensión de la belleza? No te entiendo, parce ¿Será que el carajillo me jode las neuronas? Con razón vos ya no bebes.

- Parce, tu belleza es sublime, es parte de la aisthesis, la apreciación de lo bello. Así como ver a estas mujeres en este cuadro. 

- Oye, si vos me espiaste bien, como buen macho conquistador, debiste ver que tengo dos Maestrías, una en Filosofía y otra en Historia, las dos en la UdeA. ¿Lo viste?

- Ey, no sabía, no.

- Pues te entiendo, cari. Es información que está ahí, pero más allá de mis fotos en la playa y en ropa interior. Con todo y esos dos títulos, quisiera que me explicaras en esta, tu noche de galante instrucción, primor, ¿qué es la aisthesis?

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Vi correr unas gotas de sudor por su cuello y esbozar una sonrisa lamentable.

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- ¿Parce pues no es lo contrario de la Poiesis? ¿La apreciación de la obra artística?

- ¿Pero me estás instruyendo o me estás preguntando, cari?

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Seguí caminando, recorriendo cada cuadro y le perdí el rastro. Supuse que se había ido, enojado aún más que cuando llegué. Solamente cuando ingresé al segundo cuarto de la exposición encontré de nuevo su sonrisa, ahora no lamentable, ahora parecía imperante. Llevaba dos vasitos bio en la mano.

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- Bueno, aquí tienes otro y yo voy a beber solamente para no hacerte sentir mal.

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Quise ripostar con toda mi furia, pero se impusieron mis ganas de sentir de nuevo en mi boca algún rastro de ron. Él siguió con su sonrisa, ahora triunfal.

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- Bueno, yo eso es lo que sé de la Poiesis y de la Aisthesis. Sé que la primera es la apreciación estética de lo no determinado y la Aisthesis es la apreciación de una obra hecha por el ser humano.

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Los carajillos fueron excusa. El chiquillo se escondió para meterse a Wikipedia.

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- Ohh, qué impresionante. Gracias, parce, en serio. Por más que eso era totalmente lo contrario a lo que habías dicho antes, pero, sólo los imbéciles no cambian, ¿cierto?

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Su agitación lo hizo derramar unas gotas de carajillo que de su mano derecha, cayeron al piso. Qué desperdicio, carajo.

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- Bueno, ¿pero vos qué opinas de eso? 

- ¿Por qué tengo que opinar? ¿Para hacerte la conversación a vos?

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Pausa. Llegamos a la representación de ¿Estás celoso?, el famoso cuadro de Gauguin. Esas mujeres de la Polinesia Francesa quizá le dieron más ganas de seguir.

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- ¿Qué consideras tu algo bello?

- Además de comprar un carajillo por dos mil pesos al lado del estadio, pocas cosas, créeme.

- No me gocés, Luisa. Por ponerte un ejemplo, yo aquí a este Gauguin lo veo muy distinto al de sus mejores cuadros. Mira la forma de las mujeres, ya no hay esbeltez, y hasta se notan defectos en las caras. No hay por dónde, parce. No son bellas.

- Es cierto parce. Si me preguntas desde tu lugar de comprensión de la estética, pocas cosas me parecen bellas.

- ¿Cuál es mi lugar de comprensión de la estética?

- La hegemónica, la tradicional, la académica, la hetero-normativa. No me hagas repetir la cadena de adjetivos de la dominación.

- Parce, es decir, ¿qué de bello hay en este cuadro comparado con las mujeres que pinta Rembrandt o hasta el mismo Caravaggio?

- Ahí está. Estás reproduciendo unos conceptos estéticos que fueron impuestos por la tradición.

- ¿Pero cómo es eso? Yo veo, por ejemplo, al mismo Balthus y encuentro más belleza en sus cuadros que en estas mujeres de Gauguin.

- Parce, en los cuadros del tipo se representan imágenes que son bellas para una tradición

- ¡Pero vos criticaste su censura!

- ¿Vos interrumpís gratis o cobrás? Déjame hablar, carajo. Son bellas para una tradición estética machista, eurocéntrica, y capitalista.

- ¿Entonces por qué criticaste que lo sacaran del museo?

- Escúchate bien, cari. No defendí su calidad estética, defendí que lo dejaran en ese museo para poder seguir hablando pestes de ese tipo de representaciones.  ¿A dónde iremos a parar las criticonas sin personajes como él o como vos?

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Habíamos recorrido la segunda sala hablando y no pude desplegar más mi pretenciosa mirada contemplativa. Los grupúsculos que antes alardeaban en la primera sala ya no estaban. Supuse que habían bajado al primer piso con premura, pues la fiesta de cumbia electrónica ya iniciaba. Al carajo Gauguin si hay trago, pensarían. 

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- ¿Quieres quedarte y acabar el recorrido?

- Luisa, yo lo que quiero es que dejes de darme tan duro. Aclaro que lo que hablo es mi percepción y son mis gustos sobre arte, pero no sabía que fueran tan repulsivos para vos.

- No para mí. Incluso son aún más dañinos y perjudiciales para ti mismo, parce.

- Explícame eso.

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- Mírate, cariño. ¿Crees que para la tradición estética impuesta en Occidente vos podrás considerarte un hombre atractivo, bello, estéticamente agradable? Para tu Rembrandt y para tu Balthus vos sos un tipo bien feo, parce, y un cuadro de los dos, tú al lado de esta bella que tu tradición avala, no sería para nada estético. 

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Consideré esto como el batazo final que derribaba su ego y que luego tendría que ir a beber sola en algún bar de Manrique. Agachó su cabeza y desapareció de su rostro cualquier asomo de las sonrisas anteriores. Caminamos dos pasos y el silencio de la sala hizo que me sorprendiera más la entereza con la que retomó la charla.

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- Entonces soy bien feo para vos y para la tradición. Pues entonces asumamos otra Estética a ver si me va mejor. ¿Qué tal la propuesta que hace Enrique Dussel sobre crear una Estética Latinoamericana, de la liberación la llama él? Parce, yo entiendo muy bien que en nuestros países se nos haya formado con una forma de ver lo bello impuesta por Europa y el primer mundo, y también sé que hay elementos económicos y políticos que se nos mete en la cabeza desde chiquitos.

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- Ah, pero ve que sí las coges con facilidad. Ya nos vamos comprendiendo, aunque de a pocos, cari. 

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Acabamos en silencio la tercera sala, yo mirando unos cuadros, él mirando otros, siempre distantes. Esa referencia a Dussel de parte de un Ingeniero Industrial que trabajaba en un banco y tal vez el tiempo en silencio mientras recorríamos la sala aplacó mi ofuscación antes sus anteriores arremetidas micro-machistas. Fui yo la que retomé la palabra.

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- Y si vos seguís con atención a Dussel, lo que me sorprende ahora es que vos me invitaras a un lugar donde un carajillo cuesta diez mil pesos.

- Parce, pero, al ver tus fotos, yo me imaginaba que frecuentabas sitios como este.

- Hombre, hombre, siempre asumiendo. Me considerabas una esnob. A todos estas, ¿vos sí sos vegano, orgánico y abstemio?

- ¡No parce! Admito que no, sólo que vi tus fotos y me metí en el papel de agradar. De hecho estuve bebiendo hasta las dos de la mañana.

- Qué bajo caer en la mentira, parce. Un performance absurdo. Se perdió de un carajillo.

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Bajando las escaleras del rimbombante lugar me propuso que fuéramos al centro a beber en un bar que conocía. Nos fuimos caminando aprovechando que la lluvia había cedido espacio a una ligera humedad. Compramos cervezas de dos mil quinientos renegando de los diez mil de carajillo, y mientras caminábamos y bebíamos, él fue soltando más detalles de su performance, admitiendo que, antes de vernos, había consultado en internet conceptos básicos sobre la estética y se había topado con las clases de Dussel. Agradecí su honestidad tardía y sus razones para hacerlo.

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Fuimos a dar a un bar pequeño, íntimo, donde se permitía escoger las canciones desde un computador.

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- De todo esto, me gusta que esas hegemonías caigan y uno pueda gozar de artistas como esta.

- ¿Cómo se llama ella, Cari?

- Se llama Lizzo. Es gringa. Ahí me parece muy bella en esos videos. Escucha esa voz tan buena que tiene.

- Espero que no me estés cachando de nuevo. Las mujeres del cuadro de Gauguin eran incluso más esbeltas que ella.

- Parce, no. Esa sacudida tuya sobre lo feo que soy me hizo ver que tengo muchos gustos poco hegemónicos. Espérate te pongo otra de una artista colombiana, Lido Pimienta.

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Estuvimos bebiendo largas horas. Exaltado por el alcohol que corría por sus venas, se iba develando en él un ser más sensible, empático y gracioso. Siguió hablando de referencias en sus gustos literarios y musicales que rebatían el eje central de una estética hegemónica. 

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Para culminar este derrumbamiento de las apariencias, lo llevé a mi apartamento. Complementados con horas de sexo, de porros y de gritos, logré quebrar su fealdad hegemónica y hallé una belleza contestataria. Dormidos y desnudos al lado de la ventana, y bajo la luz de mañana que inundaba Medellín, los dos completamos la consagración de una nueva estética.

 

Juan Merchán

Julio 2020

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