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Yoga

Cuento publicado en Revista El Narratorio

Te dejaré de escribir. Prefiero volver a los momentos con mi familia, retomar la vida de tranquilidad, de control.

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No envió el mensaje. Supuso que era más impactante subir las fotos del reencuentro con su esposo, de esa tarde de helados y cine de superhéroes. Tendría toda la carga semántica de las palabras, pero aún así sería un acto demoledor, tajante, sin lugar para los resquicios de la duda.

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Se aseguró de que ella viera las fotos. Las subió en cada una de sus redes, las compartió en sus historias. Sabía muy bien que ella nunca dejaba pasar cualesquiera de sus actividades en línea. Modificó las fotos para incluir las palabras Re-unidos - Plan de Viernes, Familia unida - Los amo y añadió dos corazones saltarines, risueños. En las fotos, su esposo y su hijo sonreían mientras la miraban. Ella estiraba su brazo para tomar las fotos.

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Supuso que era el corte más limpio, más quirúrgico y, a la vez, el más sano para las dos. SIn embargo, aquella misma noche, al recordar todos esas noches de viernes a su lado, viernes de remezón emocional, de pieles tiernas rozantes, de lenguas activas dentro de la profundidad del sexo, pensó en que la unión había sido muy compleja y profusa, y que quizá debía llamarla también. Temía que no todo quedase claro. Mientras dudaba, su esposo la tomó del brazo y le pidió ir a cama y ver juntos la serie norteamericana sobre la casa embrujada.

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No se atrevió más nunca a comprobar si el mensaje había sido asumido. Sin embargo, la mantuvo a ella en sus redes sociales. Asumió ese espacio incógnito dentro del olvido completo y la presencia virtual. Con el pasar de  los días, su ser consciente intuyó que, además de querer dejar las cosas muy claras, el convulso impulso de Baco retornaría, y con él volvería el resplandor del placer a demoler su rectitud. Quería dejarle puertas abiertas.

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Y luego, muchos viernes más. Muchas temporadas más de las series de misterio, más cenas y comodidad de fines de semana en la noche, en familia. Inicialmente, lograba sentir algún dejo de aburrimiento, pero rápidamente lo extinguía con la rutina imparable de la maternidad y el matrimonio. El placer marital, en la cama y en posiciones tradicionales, se imponía como única forma de verter su deseo, y lentamente iba impulsando en ella viejos idealismos del sexo como deber marital.

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Tenía la tranquilidad a la que había querido retornar. No encontraba indicios de amor en ningún momento, pero había un apego creciente a esa calma incomparable del despertar cada mañana y sentirse satisfecha con su moralidad.

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Pero luego llegaron los domingos y arremetió de nuevo el demonio meridiano. Eran esos domingos en la tarde donde acaecen, irrefrenables, la abulia y el desdén. Cerca de las 5 pm, al encontrarse en casa viendo a su esposo alistar los documentos para presentar en el juzgado el lunes, y a su hijo pedir ayuda con alguna tarea, la invadía rápidamente un tedio imparable. Lograba soportar hasta las 7pm, hora en la cual se metía en la ducha para aplacar con sus dedos los impulsos quisquillosos de su clítoris.

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La temporada de series de misterio terminó. Después de intentar con varias plataformas, su esposo propuso una historia que su amigo fiscal le había recomendado. En esta nueva serie, el protagonista se presentaba como el mejor político de la nación. Hombre de familia ejemplar, líder cerca a las minorías, impulsivo y carismático. Hombre que, al mediodía, tres veces por semana, cuando medio país lo creía ocupado en almuerzos de negocios, visitaba aquella casa de dos pisos del centro financiero de la ciudad, casa  de vidrios negros y amplios garajes y de donde entraban y salían mujeres con altos tacones y cortos vestidos. 

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Con cada episodio ella reconocía ideas. Encontró entonces formas de activar un drenaje al discurrir desesperante de sus tardes de domingo que ya la ducha no podía aplicar. Al terminar la primera temporada, analizó opciones, hizo un par de búsquedas en su computador. La siguiente semana decidió combatir el tedio con un par de horas en clase de yoga, los domingos en la tarde. 

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Con esto retomó su fulgor emocional y físico. Su presencia arrojaba en los otros una imagen de esposa feliz, trabajadora líder, amiga cercana. Había más vida en sus fotos, en la música de fondo en cada historia en las redes sociales, en los comentarios de su esposo en cada foto juntos. Aguardaba cada día, con cada publicación, que más de un centenar de individuos celebraran con emoticonos su familia ejemplar, y su presencia carismática. Sus amigos y sus compañeros de trabajo resaltaban esa sonrisa constante, ese relajamiento ante la presión, ese cambio de figura. Ante la pregunta, Yoga y familia, nada más, recomendaba. Bueno, y un par de cervezas los lunes.

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Sábado en la noche de una semana más. Mientras su esposo ve el partido de fútbol en Alta Definición, al lado de su hijo, ella disfruta viéndolos atentos frente a la pantalla que destila verde. Les toma fotos, les graba un par de vídeos. Al mismo tiempo, intenta confirmar su clase de yoga del día siguiente y ella, su entrenadora, le pide que vista el pantalón de licra gris que tan bien le hace al ejercicio y el estiramiento. 

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No notó en qué momento su esposo fue a la cocina. Sus ojos se mantenían fijos en las fotos de las rutinas a seguir el día siguiente. Se fijaba con interés en la fricción, en los masajes estimulantes. No notó tampoco los pasos livianos pero que se dejaban escuchar detrás suyo. Escuchó vagamente la pregunta del hijo, sorprendido, expectante y subió su mirada que se encontró con los ojos brillantes del niño. Se dispuso entonces a tomarle otra foto, quería registrar en imagen la belleza del destello de esas pequeñas lágrimas en los ojitos completamente abiertos. La cámara frontal del celular estaba activada por defecto. Sólo ahí notó a su esposo con la cuerda, abarcando la anchura de su cabeza y ubicándose sobre el cuello. Mientras dejaba caer el celular, sintió el repentino jalón y los ojos que parecían salirse de su órbita.

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Entonces te veo en el hotel a las 5pm. Te deseo.

 

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Mensaje no leído

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Juan Merchan

Marzo 2020

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